La Identidad de Milan Kundera




Tal y como cantaba Pablo Milanes en su tema “Años”:

El tiempo pasa,
nos vamos poniendo viejos
y el amor no lo reflejo, como ayer.
En cada conversación,
cada beso, cada abrazo,
se impone siempre un pedazo de razón.

Pasan los años,
y cómo cambia lo que yo siento;
lo que ayer era amor
se va volviendo otro sentimiento.


Tal que así, los amantes, las parejas, las personas vamos cambiando con los años. No necesariamente a peor; a veces, a mejor. Pero es cierto que con el paso del tiempo nos vamos volviendo diferentes, sufrimos transformaciones, modificamos actitudes, trastocamos nuestras convicciones, el amor se desgasta, la convivencia nos hace monótonos, seres movidos por la inercia del día a día. Los otros (amigo, amante, hijo, padre, madre, abuelos) nos perciben entonces como un desconocido, como alguien irreconocible; un extraño, quizá. Y la imagen que guardamos en nuestra memoria de los más cercanos, de los que nos rodean (sobre todo si hace muchos años que nos vemos) entra en conflicto que la que percibimos en este momento de nuestras vidas.

Como le sucedía a la Penélope de la canción de Serrat, cuando el amante que se fue, vuelve por fin a la estación en la que lleva años ansiosa por su vuelta, ella le dice: “Tú no eres quien espero”. La mujer desea ver al amante que conserva en su memoria; no, al hombre que aparece, envejecido o transformado por el paso de los años.

Si enviáramos una carta a nuestro yo del pasado, cuantas cosas les contaríamos sobre lo mucho que hemos cambiado, sobre los sucesos que nos han obligado a cambiar nuestras creencias o convicciones, los sueños que hemos dejado en el camino y los que hemos cumplido. Redactaríamos la carta a alguien diferente al de ahora, no necesariamente mejor ni peor, sino distinto.

Algo así le sucede a Jean-Marc, el protagonista de “La Identidad”, novela de Milan Kundera publicada en mayo del 98, cuando el autor checo había fijado su residencia en Francia. Jean-Marc vive con Chantal, su pareja, con la que, en apariencia, comparte una vida en pareja satisfactoria y plena. Ella, trabaja de publicista, separada y perdió a su hijo, suceso que considera como un regalo: "Con tu muerte me has privado del placer de estar contigo, pero a la vez me has hecho libre. Libre, frente al mundo que aborrezco". Él, comenzó a estudiar medicina pero lo dejo porque no soportaba la visión de los órganos internos del cuerpo humano. Es un idealista desilusionado y pesimista.

Sin embargo, a lo largo de la narración, Jean-Marc se obsesiona con la idea de que Chantal pueda cambiar, transformarse en otra persona, en una desconocida, perder la identidad de la que se enamoró, y desaparecer de su vida.

De igual modo, la propia Chantal se percibe como una mujer diferente a la que era. “Los hombres no la miran al pasar”; por lo que cree que ha perdido el atractivo de antaño y no lleva bien no ser la Chantal de antaño, pero no por pueril coquetería, sino por razones más profundas. Sin embargo, un inesperado y extraño suceso le hará replantearse sus inquietudes y zozobras al respecto, recobrando la confianza de que aún puede resultar atractiva para un hombre.




Aunque “La identidad” que da título a la novela sea un tema que tiene un enorme peso específico en los personajes, no es el único aspecto que se plantea. A lo largo de la narración, tanto Chantal como Jean-Marc dialogan o reflexionan sobre la amistad, la maternidad (como un traba a la libertad de la mujer y como una liberación cuando no existe o desaparece), el amor en pareja (¿nos separa del mundo, mientras que el desamor nos integra en la sociedad?). Sin embargo, y aunque es una novela con mensaje(s), muy filosófica, no por ello, se percibe como una narración densa, pesada o difícil de digerir ni el concepto tiene más peso que la trama, sino que ambos aparecen perfectamente ensamblados y equilibrados.

Muy al contrario, en “La Identidad", Kundera esgrime una prosa clara, de estilo suave, nada barroco, que se lee con interés. La trama mantiene el ritmo en todo momento, ya que añade a una historia en principio realista, momentos o sucesos de carácter onírico o fantástico, trasmitiendo así una sensación de extrañeza en el lector, muy adictiva. Los sueños reflejan perfectamente la angustia de los protagonistas y trasmiten al lector sus miedos, dudas y deseos reprimidos, provocados por los conflictos internos a los que se enfrentan y que deben solventar.

Es un relato con mucha garra, muy hermoso y profundo sin ser denso, empalagoso o pesado. Los personajes están estupendamente perfilados o explicados.

He disfrutado mucho con los diálogos y reflexiones de la pareja, la mayoría de ellos con una enorme carga de profundidad, por ejemplo los que Jean-Marc dedica a la amistad: "La amistad era para mí la prueba de que existe algo más fuerte que la ideología, que la religión, que la nación."

Los capítulos finales son magníficos y la conclusión, perfecta. Te hace replantearte por completo todo lo leído anteriormente y eso me gusta. Te obliga a volver a leer la novela de nuevo para fijarte mejor en todos los detalles.

Joseph B Macgregor

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