LA SONATA DEL ODIO de María Leiva Guerrero
«La
sonata del odio» de María Leiva Guerrero me evoca aquellas lecturas de adolescencia
de mediados de los 70/principio de los 80 protagonizadas por jóvenes detectives/aventureros
que emprendían siempre la tarea de resolver misterios con resolución y
eficacia. Hablo de Los Cinco, los Siete Secretos, Los Hollister o, lo que eran
mis favoritos, Los Tres Investigadores que trabajaban nada más y nada menos que
para Alfred Hitchcock. Adolescentes inteligentes e intrépidos que no dudaban en
meterse en la boca del lobo o en poner en peligro su integridad física o su
propia vida para resolver el misterio y atrapar a los criminales.
La
protagonista de la tercera novela de María Leiva es también una joven estudiante
norteamericana de dieciséis años llamada Gwendolyn Aldrich (Gwen para los
amigos y familia) que emprende la tarea de tratar de resolver el misterio que
se esconde tras la desaparición de varias compañeras de instituto que han sido
raptadas. Para ello cuenta con la ayuda de sus dos mejores amigos, Max y Finch,
y con la confianza de su propio padre que trabaja en el caso como policía. Se nos
presenta como una chica resolutiva e inteligente, responsable y buena hija,
amiga de sus amigos que, a lo largo de la novela, irá encajando las piezas de
un puzzle que va adquiriendo una mayor complejidad conforme la trama avanza.
María
Leiva maneja bastante bien y con soltura los mecanismos y recursos esenciales y
más eficaces para crear y aumentar gradualmente la intriga con la introducción
de situaciones extrañas o la presentación de una amplia galería de sospechosos.
Evidencia además un hábil uso del Cliffhanger, rematando el final de
cada capítulo con una revelación sorprendente o con un momento de peligro que
te invita a seguir leyendo de manera irremediable; como cuando ves una serie y
te tragas la temporada en una tarde.
En
cuanto a la estructura de la novela, la autora combina la narración en primera
persona en aquellos capítulos protagonizados por Gwen y la tercera en el resto
de los episodios, que narran las peripecias de las chicas secuestradas, o que
funcionan como flashbacks que ayudan a que el lector tenga más información que
la protagonista y pueda de este modo poder hacer también sus propias
elucubraciones al respecto.
En
ese sentido, se trata de una narración fresca, ágil y amena, que no pierde interés
y en la que además la autora introduce guiños o referencias a hobbies o filias
personales lo que dota de una autenticidad a los personajes: son adolescentes
que hablan y se comportan como adolescentes. También de este modo se produce
una mayor capacidad de identificación por parte de aquellos lectores que compartan
y conecten con gustos similares.
Por
último, quiero señalar que en cuanto a la resolución del caso se nos ofrece un
desenlace coherente y sorprendente, pero para improvisado. De igual modo, María
Leiva se ocupa de no dejar ningún conflicto sin cerrar ni ninguna relación sin correspondiente
final feliz.
©
Joseph B Macgregor
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